29.
Fue después del anochecer cuando Caitlin terminó la búsqueda en el estudio de su padre y regresó al pueblo. Se dirigió directamente hacia la cárcel, con la esperanza de alcanzar al Marshall Beiler antes de que se fuera por la noche.
Al principio estaba intrigada, luego alarmada, cuando vio a la multitud que se había reunido debajo de un gran roble al final de la calle principal. En la luz oscilante de las antorchas, pudo ver a un hombre a horcajadas sobre un caballo, debajo de una de las ramas del árbol. Aun en la oscuridad, reconoció la determinación de sus hombros y la manera en la que elevaba la cabeza, incluso con una cuerda en ella. Ace. Le habría reconocido en cualquier parte.
Caitlin echó a correr. La historia estaba ciertamente a punto de repetirse a sí misma. Como Joseph Paxton veinte años atrás, Ace estaba a punto de ser linchado por una multitud furiosa.
Una punzada dolorosa perforó el costado de Caitlin para cuando alcanzó los bordes de la arremolinada multitud. En su visión periférica, vio al Doctor parado a su izquierda. Obviamente, había fracasado en su intento de apaciguar a estas personas, pues su expresión era una mezcla de disculpa y sombría resignación. Los hombres estaban gritando. Las mujeres estaban apiñadas, juntas en grupos, hablando. Todos ellos parecían ansiosos por que el espectáculo empezara. El pensamiento le dio náuseas a Caitlin, que quería gritarles, insultarles. La vida de un hombre estaba en el filo. ¿No comprendían eso? Éste no era alguna clase de espectáculo de circo, escenificado para su entretenimiento.
Caitlin sabía que nunca sería capaz de hacerse oír sobre el estruendo de la multitud a menos que hiciera algo para conseguir la atención de todos. Clavando los codos en las costillas de la gente y empujando algunas anchas espadas, intentó introducirse en el anillo de antorchas, agitando los papeles que había arrancado de los libros de contabilidad y los diarios de su padre, por encima de su cabeza.
—¡Deténganse! ¡Detengan esta locura! Tienen que escucharme. ¡Escuchen! ¡Tienen que escucharme!
—Es la chica O'Shannessy —oyó a alguien gritar.
Otro hombre gritó,
—Déjenla pasar. Debería poder mirar al bastardo balancearse. Es su hermano el que está a punto de morir, después de todo.
La multitud de cuerpos repentinamente se separó, haciendo un camino para ella. Caitlin se tambaleó hacia adelante, dentro del círculo iluminado. Su mirada se giró inmediatamente hacia Ace. Sus ojos oscuros sostuvieron los de ella por un largo momento, las magulladuras en su cara apenas eran visibles en las sombras lanzadas por la luz de las antorchas.
Cuando habló, su manzana de Adán hizo que el nudo corredizo alrededor de su garganta bailara de arriba a abajo.
—Vete a casa, Caitlin. Por favor, cariño. No quiero que veas esto.
Podría haber dicho cualquier otra cosa y, tal vez, no habría llevado lágrimas a sus ojos. Pero saber que estaba preocupado por ella, en un momento como éste, la estaba deshaciendo. Su vida estaba a punto de terminar. ¿No lo comprendía? Estos hombres no habían anudado la soga como él había hecho la noche que casi colgó a Patrick. Cuando el caballo sobre el que estaba sentado se abalanzara, o se rompía el cuello, o se estrangularía hasta morir. Ninguna de las opciones era una forma agradable de morir. Debería estar temblando de terror. Implorando por su vida. Tal vez incluso furioso. En lugar de eso, estaba enfocado en sacarla de allí. Si Caitlin alguna vez había necesitado pruebas de su amor por ella, las tenía ahora. Esto hizo el pensamiento de perderlo mucho más difícil de soportar.
Agarrando los papeles más apretadamente, respiró hondo y retuvo el aliento para controlarse. Ahora no era momento para la histeria. No había tiempo para distraerse de su objetivo. Apartándose de su marido, enfrentó a la multitud.
—¿Dónde está el Marshall Beiler? — gritó, sacudiendo los papeles en las caras de los hombres que estaban más cerca de ella—. Tráiganle aquí fuera ahora mismo. ¡Este hombre no le disparó a mi hermano! ¡Y puedo demostrarlo! Si le ahorcan, cargarán con la culpa hasta sus tumbas. ¿Me comprenden?
—¿Cómo puedes demostrarlo?
El que habló era Charley Banks, un hombre grande y fornido cuyos ojos resplandecían con justa cólera. Por su posición dominante, Caitlin supuso que había sido elegido como cabecilla de la multitud y, como tal, indudablemente, era el hombre más peligroso de los presentes. Bajo su sola aprobación, la gente en esta multitud o soltaba a Ace o era conducida a la locura por una primitiva sed de sangre.
Recordándose a sí misma qué el doctor había dicho que todos estos hombres eran básicamente buenas personas, Caitlin enderezó los hombros, reunió coraje, y caminó a grandes pasos, directamente hacia Banks. Empujando los papeles debajo de su nariz dijo,
—El principal motivo por el que piensa que mi marido le disparó a mi hermano es porque está convencido de que su padrastro le disparó a Camlin Beckett. ¿Verdad? ¿El hijo de un tirador por la espalda siguiendo los pasos de su padrastro?
Banks lanzó una mirada en los papeles.
—Quizás sí. Quizás no. ¿Qué tienes allí, niña?
Caitlin alzó la barbilla. .
—¡La prueba, de puño y letra de mi padre, de que Joseph Paxton no mató a Camlin Beckett! Y mejor debería agradecerle a Dios de que lo encontré a tiempo. ¡Ustedes, idiotas, casi han colgado a un hombre inocente!
—Caitlin, por el amor de Dios, ten cuidado de cómo hablas —dijo Ace desde atrás de ella—. Estos hombres están enojados ahora mismo. No pongas a prueba su temperamento.
Caitlin sabía que Ace temía que Charley Banks se diera por ofendido y tomara represalias golpeándola. En algún otro momento, podría haber temblado en sus zapatos. Ahora mismo, no le importaba. Había recibido el castigo de los puños de un hombre antes.
Sacudió los papeles debajo de la nariz de Banks otra vez.
—Si ponen a prueba sus temperamentos por ser enfrentados con la verdad, entonces ese es su problema, no el mío. Está a punto de hacer algo increíblemente estúpido, señor Banks. ¡Algo de lo que se arrepentirá hasta el día de su muerte! Tome nota de lo que digo, le acusaré ante la justicia si lincha a mi marido. ¡Y con pruebas como ésta —sacudió los papeles otra vez—, no habrá un tribunal en la tierra que no le condene por asesinato! ¡Un delito penado con la horca, señor Banks! ¡Y si Dios me ayuda, ayudaré a erigir la horca yo misma para verle ejecutado!
—¡Caitlin! — Ace exclamó, su voz tensa, con advertencia.
Banks gruño y arrebató los papeles de su mano.
—¿Qué clase de evidencia? — preguntó sarcásticamente —¿Algo que elucubraste para salvar su pellejo? ¡Es un triste día, les diré, cuando una mujer intenta salvar al hombre que le disparó a su hermano por la espalda!
—¡Es cierto! —gritó alguien—. Sigamos con esto. Es culpable. Todos lo sabemos.
—¡Él no es más culpable que ustedes o yo! —gritó Caitlin.
Banks estaba sujetando el libro mayor y las páginas del diario hasta la luz de la antorcha que parpadeaba detrás de él. Una expresión extraña cruzó su cara.
—Esperad sólo un minuto, muchachos. Ésta es la escritura de Conor. La he visto lo suficiente a menudo como para saberlo —Su mirada se deslizó de regreso hacia Caitlin —¿Qué has traído, muchacha? ¿Qué es eso que crees que es tan importante?
Un repentino silencio cayó. Caitlin sabía que Banks necesitaría tantas horas como ella para encontrar las discrepancias en los libros de su padre, que podría tener dificultades para aclararlo todo, incluso aunque ella le señalara las discrepancias.
Una apuesta. Eso es lo que era. La apuesta más importante de su vida. Y si ella no ganaba, su marido moriría.
—Esas son las páginas de los diarios y los libros de contabilidad de mi padre, como puede ver. Sus entradas confirman el hecho de que Joseph Paxton, el padrastro de mi marido, pagó bastante dinero veinte años antes para comprar la escritura del rancho Circle Star. Pero cuando Paxton llegó aquí, fue echado fuera de la tierra. Una estafa, simple y llana. Y Paxton no fue su única víctima. Mi padre trabajó aliado con otros cuatro hombres, Beckett, Dublín, Connel y Beiler. Todos ellos estaban al tanto de eso, no una vez sino varias veces, estafándoles a personas inocentes su dinero arduamente ganado. ¡Lea usted mismo!
Banks le dio una revisión rápida a una página del libro de contabilidad, sus cejas juntándose en un fruncido ceño.
—Muéstrame.
—Todo está ahí —dijo Caitlin—. En negro sobre blanco. Joseph Paxton vino aquí para tomar posesión de la tierra que había comprado de buena fe a Camlin Beckett, allá en San Luis. Casi inmediatamente después de que llegara, mi padre y sus amigos, todos armados hasta los dientes, le hicieron una visita y le dijeron que se fuera. Paxton era un hombre tranquilo, temeroso de Dios y temió por la seguridad de su familia, así que acordó irse. Pero antes de que pudiera hacerlo, Beckett recibió un disparo en la espalda y Paxton fue acusado del asesinato.
—¡Deténganse y piensen! —suplicó a la multitud—. De la propia mano de mi padre, la admisión está hecha. Él y sus cuatro amigos estafaban a la gente para hacer dinero extra. Todos saben lo duro que es hacer dinero aquí, labrando la tierra y criando al ganado. La mayoría de ustedes originalmente vinieron aquí esperando encontrar oro. Muchos eran inmigrantes irlandeses, pobres como mis padres, expulsados de su tierra natal por la hambruna. Vinieron aquí persiguiendo un sueño. ¡Fortunas rápidas en oro! El mismo nombre de nuestro pueblo es testimonio de eso, una comunidad minera tan ocupada que ni siquiera le puso un nombre apropiado. ¡Mi padre y sus amigos descubrieron una forma de ganar dinero, estafando a personas inocentes! Así es cómo siempre conseguían más ganancias que el resto, porque se aprovechaban del sudor de la frente de los demás.
—Dios mío —gritó un hombre en la multitud—. Me preguntaba cómo siempre lograba Conor tener las manos llenas de dinero. Beber y apostar como él hacía debía costar una pequeña fortuna.
La intervención de ese hombre fue la primera señal de que esas personas aún la escuchaban. Caitlin casi se relajó con el alivio. Entonces alguien gritó,
—¡Por eso Paxton le disparó a Beckett! ¡Le había estafado!
—Exacto. Acabas de demostrar la culpabilidad de Paxton, muchacha, no a la inversa. ¡Él le disparó a Beckett para vengarse! Igual que Keegan hizo con tu hermano.
—¡No! — Caitlin gritó. —¿Cómo pueden estar tan ciegos? Ace Keegan no necesita dispararle a nadie por la espalda. ¿Para qué molestarse? No hay un hombre entre ustedes, incluyendo a mi hermano Patrick, al que no pudiera ganar en un duelo. ¡Utilicen la cabeza! ¡Piensen! Saben que lo que digo es absolutamente cierto.
Antes de que alguien la pudiera interrumpir, Caitlin se apresuró a preguntar,
—¿Cuantos de ustedes creen que puede haber honor entre ladrones? ¡No hay, se lo puedo asegurar! Si los hombres van a robar juntos, se robarán el uno al otro sin parpadear —Esperó a que asimilaran el mensaje—. Y eso es, exactamente, lo que ocurrió. Cuando Camlin Beckett le vendió el Circle Star a Joseph Paxton en San Luis, Paxton le pagó mil dólares. Pero cuando Beckett regresó a No Name desde San Luis, dijo que lo había vendido por quinientos. ¡Un estafador estafando a los estafadores! Está justo aquí, por escrito. La prueba innegable.
—¿Cómo sabes cuánto pagó Paxton en verdad?
Alguien más gritó,
—Sí. ¿Se supone que tenemos que aceptar la palabra de Keegan sobre eso?
Caitlin trago, orando porque nadie la cuestionara en su siguiente declaración.
—¡He visto la escritura de venta de Paxton con mis propios ojos! Ace Keegan conservo el papeleo todos estos años. No tuve tiempo para ir a su rancho y traerlo, pero la escritura y la factura de venta están allí. Los he visto, les digo. ¡Paxton pagó mil dólares! No quinientos. Y Camlin Beckett mismo lo atestiguó con su firma. Según los asientos del diario de mi padre, el que el señor Banks sostiene en sus manos justo ahora, Camlin Beckett regresó a No Name con sólo la mitad de esa cantidad.
—¿Beckett les estafó a los demás quinientos dólares? —preguntó otro hombre de la multitud.
—Sí, y estaba bailando con el diablo, créanme. Mi padre no era de los que se dejara engañar, como todos bien saben.
—¿Estás diciendo que Conor mato a Beckett? —preguntó alguien.
—Digo que uno de ellos lo hizo —admitió Caitlin—. Uno de ellos se dio cuenta de que Beckett los había defraudado. Sostengo que fue ese hombre el que le disparó por la espalda. No Joseph Paxton. ¡Mi padre y sus amigos colgaron a un hombre inocente!
Caitlin comenzó a escudriñar a la multitud buscando las caras de los hombres responsables por la muerte de Paxton. Hasta ahora, habían guardado silencio, probablemente porque esperaban que la situación todavía pudiera volverse a su favor. Por el momento, Caitlin no había logrado convencer completamente a esta multitud con sus declaraciones. Mientras su historia estuviera encontrando oposición, los asesinos de Paxton indudablemente se sentirían seguros.
Divisó primero a Dublín. Su cara era una de sus pesadillas, redonda y rojiza, sus ojos pequeños, globulosos como los de una serpiente. Esperaba que la mirara enfurecido, porque se había atrevido a empañar su buena reputación. Su violador. Dios querido, cómo le odiaba. Aun a la luz de la linterna, las lesiones que Ace había infligido en su cara eran evidentes, la decolorada hinchazón a lo largo de sus pómulos y alrededor de sus ojos , un verdugón azul hinchado en el puente de su nariz. Caitlin dobló sus manos en puños, deseando haber sido ella la que le hubiera golpeado con los puños.
Para su sorpresa, Dublín ni siquiera estaba mirándola. En lugar de eso, su mirada parecía fija en un punto en el límite de la multitud. Alguien estaba de pie, en las sombras de los edificios. Alguien sin rostro que observaba lo que ocurría, pero que no estaba tomando parte.
Caitlin entrecerró los ojos, intentando divisar la cara del hombre. La brillantez de la luz de las antorchas lo impedía. Antes de que ella pudiera moverse para ver mejor, la voz de Aiden Connel se elevó desde algún lugar de la multitud.
—¿Cómo explicas la diferencia en dinero? — Le preguntó a la figura oscura—. Fuiste a San Luis con Camlin. ¿Cómo es que no te diste cuenta de que había robado parte de los ingresos?
—¡Porque toda la historia es basura! ¡Por eso! —replicó el hombre, entrando en la luz mientras hablaba. Caitlin reconoció esa voz aún antes de poder ver las facciones del hombre. Estyn Beiler, el Marshall—. ¡La chica se agarra a un clavo ardiendo, está intentando salvar el miserable cuello de su marido! ¿Una discrepancia en los libros mayores de su padre? ¡Ja! ¿Lo has encontrado ya, Banks? Diablos, no. ¡Ha inventado toda la historia!¡Intenta hacernos dudar de la justicia que estamos a punto de hacer, y es ahorcar a un tirador que dispara cobardemente por la espalda!
—¡No inventé nada! — gritó Caitlin.
—La verdad es —replicó Beiler—, que Joseph Paxton era tan culpable como el pecado. Él le disparó a Beckett por la espalda, igual que Ace Keegan le disparó a su hermano. De tal palo tal astilla. ¿En cuanto a que los integrantes de nuestra pequeña sociedad éramos estafadores? ¡Cómo te atreves a empañar la buena reputación de tu padre! Y él en la tumba, incapaz de defenderse. ¿No tienes sentido de la lealtad? Aunque no sé por qué me asombro. ¡Tu hermano se está muriendo, y tú estás aquí, defendiendo a su asesino! No eres una buena hija. O hermana. Los has vendido, con toda el alma, por ese bastardo que le disparó por la espalda. Tú eres la peor clase de puta, la que le vuelve la espalda a su propio padre.
Escenas de a través de los años pasaron como un relámpago por la mente de Caitlin, haciéndola temblar de furia impotente.
—¡Eso es cierto! Le he vuelto la espalda, con toda el alma. Prefiero ser la esposa de Ace Keegan que la hija de mi padre. Conor O'Shannessy era un bastardo malévolo, cruel, y todos lo saben.
Jadeos de asombro se elevaron desde la multitud. Caitlin se volvió hacia la muchedumbre.
—Todos saben que es verdad. Todos vieron las magulladuras en mí, una y otra vez. Sabían lo que sucedía cuando se iba a casa, tambaleándose borracho. ¿Pero alguno de ustedes movió un dedo para ayudarme? Nunca. Todos estaban temerosos de él, tanto como yo lo estaba.
Caitlin se encontró con las miradas de los hombres que estaban más cerca de ella.
—Bueno, ya no tengo más miedo. ¡Él está muerto y sepultado, su único legado para este pueblo es un montón de atrocidades que ninguno de ustedes quiere admitir! ¡Ni siquiera que ocurrieron! Llámenme la puta de Ace Keegan, si quieren. Llevaré el título con orgullo. Mi padre no era digno de lamer las botas de mi marido.
—Canta las alabanzas de Ace Keegan si lo deseas, pero no donde tengamos que oírlas. ¿En cuanto a la manera en la que tu padre te maltrató? — Presionó una mano sobre su corazón—. Lloramos ríos de lágrimas. Tú pareces estar en buena forma ahora. Si hubiera sido tan malvado como alegas, tendrías lesiones duraderas para demostrarlo.
—Por lo que respecta a esta entretenida historia que has incubado, te recordaré que yo estaba allí, señorita. Tengo mis fallos, pero nadie en pleno dominio de sus facultades me acusaría jamás de ser un ladrón. Yo encarcelo a los ladrones por aquí, en caso que se te haya olvidado. He estado poniendo mi vida en peligro por la gente de este pueblo durante años, defendiendo la ley. Cierto, le vendimos a Paxton alguna tierra de matorrales. Cuando vino, no le gustó la parcela que habíamos seleccionado e intentó establecerse ilegalmente en el Circle Star, que era parte de la tierra del rancho de Conor. Le ordenamos irse. Él se enfureció, vino a cazarnos, y le disparó a Camlin por la espalda cuando lo atrapó completamente a solas. Esa es la verdadera historia. Yo estaba allí. Debo saberlo.
Mirando directamente a los ojos de Beiler, Caitlin vio un odio ardiente. El miedo se propagó dentro de ella. No había mala interpretación en esa mirada. Beiler simplemente no se apartaba, dejando a la multitud salirse con la suya porque él no podría hacer nada para detenerlos. Él quería que Ace fuera colgado.
¿Por qué? Apenas se hizo esa pregunta, supo la respuesta. Había especulado incorrectamente. Oh, Dios mío, había deducido incorrectamente. No había sido Camlin Beckett el que había robado la mitad de los ingresos, veinte años atrás. Había sido Beiler. Camlin Beckett debía haber acompañado a Beiler a San Luis y, de alguna forma, descubrió su traición. Para mantenerle callado, Beiler le había disparado por la espalda y le habían atribuido el asesinato a Paxton.
Aterrorizada de que los hombres alrededor creyeran a Beiler y no a ella, Caitlin gritó,
—Tengo pruebas, señor Beiler. Los libros mayores de mi padre. Mire en ellos, señor Banks. Todo está allí. Nuestro maravilloso Marshall miente más que un sacamuelas.
Beiler se rio otra vez.
—Cierto. ¿Y cómo podemos saber que Paxton pagó mil dólares por la tierra? Ella alega que hay una escritura de venta allá en la casa de Keegan, pero usted no la ve, ¿verdad? ¿Va a aceptar la palabra de Keegan para eso? ¿O la de ella? Una mirada a su cara, y cualquiera puede ver que está locamente enamorada del bastardo. Caramba, incluso lo ha admitido. ¡La puta de Keegan, y orgullosa de serlo!
Un hombre detrás de la multitud gritó,
—Yo digo que sigamos adelante y lo ahorquemos. Ella no tiene pruebas verdaderas. ¡Sólo un montón de suposiciones! Keegan le disparó a Patrick O'Shannessy. ¿Quién más lo habría hecho?
—¡Es cierto! —gritó alguien más.
—Tiene que pagar —dijo una mujer.
La mirada de Caitlin se movió de regreso a Ace. Él la miró intensamente, directo a sus ojos.
—Vete a casa, Caitlin —dijo con voz ronca—. Por favor. Haz esta última cosa por mí. Vete a casa.
Un hombre que había estado apoyándose contra el roble dio un paso hacia el caballo de Ace. Con rudeza innecesaria, se aseguró de que las manos de su prisionero estuvieran firmemente atadas a sus espaldas. Eso hirió duramente a Caitlin. Había hecho su mejor esfuerzo y había fallado. De verdad iban a ahorcar a su marido, y no había nada que pudiera hacer para detenerlos.
Después de revisar las muñecas atadas de Ace, el hombre dio un paso hacia uno de los estribos para revisar el nudo corredizo alrededor del cuello de Ace. Ace sacudió su cabeza hacia un lado, su expresión frustrada, sus ojos sin apartarse de los de ella.
—Por favor, cariño. No quiero que veas esto. Vete a casa y espera a Joseph.
—No puedo —gritó Caitlin desgarradoramente—. No me pidas que lo haga. ¡No abandonas a la gente que amas! Y te amo, Ace. ¡Con todo mi corazón!
Ace apartó la mirada de ella para mirar por encima de la multitud. Caitlin estaba tan aterrorizada, que le tomó un momento darse cuenta de que se había hecho un tenso silencio. Empezó a seguir la mirada de su marido.
—Tú puedes amarlo, hermana, pero sin duda alguna yo no lo hago —Una débil voz anunció en voz alta—. El hecho es, que odio las entrañas de ese hombre, todos aquí lo saben. Por lo mismo lo que tengo que decir es tan importante. Todos saben que no le defendería sin una buena razón.
El corazón de Caitlin casi se detuvo. Patrick. Se puso de puntillas, intentando ver a través de la multitud. Vislumbró el impactante pelo rojo de su hermano. La cabeza gris del doctor se balanceaba al lado de él.
—¡Patrick! Dios querido, ¿qué estás haciendo aquí?
Como el mar de Moisés, la multitud se separó repentinamente, dejando vía libre entre ella y su hermano. Débilmente iluminado por la oscilante luz de las antorchas, Patrick estaba allí, llevaba pantalones descoloridos de mezclilla y el vendaje que envolvía su pecho. Claramente estaba demasiado débil para permanecer de pie sin el apoyo del doctor. Su cara estaba mortalmente blanca, sus ojos eran de un abrasador azul.
—Bess me dijo lo que estaba ocurriendo aquí afuera. Sólo vine a clarificar el asunto, eso es… todo —Sus rodillas se doblaron. El doctor lo agarro para mantenerle en pie, haciendo a Patrick respingar—. Ustedes… —Se interrumpió, su voz temblorosa desvaneciéndose en el silencio. Dejó que su cabeza colgara, entonces con obvia dificultad, la forzó a levantarse de nuevo—. Ustedes están cerca de… ahorcar al hombre equivocado.
Caitlin dio un paso al frente. Su hermano no estaba en condiciones de levantarse de la cama. Que lo hubiera hecho, era toda la prueba que necesitaba para saber que lamentaba todo lo que había dicho y hecho. Tan apenado, que estaba dispuesto a arriesgar su vida para rectificar las cosas.
—Oh, Patrick —Caitlin apenas podía ver por las lágrimas—. No puedo creer que estés haciendo esto.
—¡Esperen sólo un condenado minuto! —gritó Beiler—. Patrick no está en sus cabales por la fiebre. ¡Cualquiera puede ver eso! Nada delo que diga ahora se puede tomar como un hecho.
El doctor sostuvo en alto su mano, acallando a Beiler y a cualquier otro que pudiera haber intentado interrumpir.
—No está desorientado. La fiebre ha cesado. Hasta donde yo entiendo, si el joven quiere hablar, lo mínimo que pueden hacer es escucharle. ¿Qué daño hay en eso?
La multitud se acalló otra vez. Patrick movió la boca, tragó, tomó un aliento cuidadoso, trémulo. Finalmente, con una voz ronca, dijo,
—El otro día vine al pueblo, alardeando —Se interrumpió para tomar otro aliento, obviamente tan débil, que cada palabra le costaba esfuerzo—, de que había pateado el culo a Ace Keegan. La verdad es que fue realmente fácil de patear, porque el hombre no contraatacó. Sólo permaneció allí y me dejó pegarle. Al principio, cuando se casó con mi hermana, la prometió que nunca alzaría una mano contra mí. Le oí decirlo. La otra mañana, mantuvo esa promesa y solo se quedó allí mientras yo le golpeaba. Estaba tan borracho que no me importó. Simplemente me aproveche de la situación.
La gente comenzó a cuchichear ante esta revelación. Caitlin cerró los ojos para hacer desaparecer las lágrimas. Patrick. No era ningún cobarde, su hermano. Y ella estaba segura de que ninguna hermana se había sentido alguna vez más orgullosa. No era sólo el hecho de que se hubiera forzado a levantarse de la cama para venir aquí afuera. Era que estaba dispuesto a humillarse para rectificar sus agravios.
Cuando abrió los ojos otra vez, Patrick miraba directamente hacia ella.
—Eso y el hecho de que mi hermana me repudió me llevaron a pensar. Ace Keegan no podía ser un hombre tan malo como pensaba, no si ella había llegado a amarle tanto, no si él llegaba tan lejos para cumplir una promesa con ella. Cuando estuve sobrio, comencé a revisar los registros de mi padre, descubrí la discrepancia de la que Caitlin ha estado intentando hablarles. Si Paxton pagó mil por el Circle Star, como proclamaba Keegan, ¿qué sucedió con los otros quinientos?
Patrick dejó esa pregunta suspendida por un momento, mientras recobraba su aliento. Durante el momento de calma, el doctor movió su agarre para poder aguantar mejor el peso de Patrick.
—Como mi hermana —continuó Patrick finalmente—, me imaginé que Beckett había robado la otra mitad del dinero. Sus amigos, tal vez incluso mi propio padre, le habían cogido con las manos en la masa y le habían disparado. Anoche, vine al pueblo para informar al Marshall Beiler de lo que había descubierto, para exigir que investigara quien había matado realmente a Beckett y limpiar el nombre de Paxton. Él dijo que pensaría en ello, que intentaría aclarar cuál de sus amigos lo había hecho, Connel o Dublín.
—¿Yo? —Dublín rugió desde en medio de la multitud—. Nunca le disparé a Camlin. Él era mi mejor amigo.
—¡Esto es absurdo! —gritó Beiler—. El hombre está desorientado, les digo. ¡Nunca habló conmigo sobre nada! ¿A quién van a creer, a mí o alguien loco por la fiebre?
Patrick fijó su mirada en Beiler, quien estaba de pie, sobre la pasarela iluminada por las antorchas.
—Esta mañana, muy temprano en la mañana, salí a alimentar a mis cerdos. Mientras me inclinaba sobre el comedero, vi a un hombre arriba, en la colina. Pensé que había venido a hablar conmigo. Sólo que, en lugar de eso, me disparó —Patrick desnudó sus dientes apretados mientras luchaba por levantar su brazo y apuntar—. ¡Ese hombre era Estyn Beiler!
Todos empezaron a hablar a la vez. Beiler sacudió su puño.
—¡Está mintiendo! ¡Esa es una mentira descarada, os digo!
—No es una mentira. Te vi, Beiler —Para la multitud, Patrick dijo—. Caitlin y yo supusimos incorrectamente. No fue Beckett el que hurtó los quinientos dólares. Fue Beiler. Todos saben que le gusta beber y apostar, y que usualmente pierde. ¿Cómo pudo permitirse esas pérdidas de juego al principio, antes de que tuviera inversiones para recibir ingresos adicionales? Gana un sueldo mísero como Marshall, todos lo sabemos —Patrick inhaló otro aliento—. ¡Les diré cómo se permitió el lujo! Defraudando a sus amigos. Camlin debió descubrir la verdad, y Beiler le disparó para callarle. Por lo mismo me disparó a mí.
—¡Tú pequeño bastardo! —gritó Beiler con ferocidad—. ¡Debería haber hecho valer la primera bala!
Entonces, antes de que nadie pudiera anticipar sus acciones, Beiler sacó su revólver y soltó un disparo. Patrick cayó como un árbol derribado, Doc Halloway derrumbándose encima de él. Las mujeres en la multitud gritaron. Los hombres maldijeron. En represalia, uno de los hombres de la multitud sacó su arma de fuego y contraatacó a Beiler.
—¡Tú asesino hijo de puta! Te elegimos Marshall. ¡Confiamos en ti!
Una expresión incrédula pasó sobre la cara redonda de Beiler. En el siguiente segundo, Beiler doblo su estómago y cayó sobre sus rodillas.
Horrorizada por todo lo que estaba ocurriendo, Caitlin fue levemente consciente de un caballo relinchando. Luego, identificó el sonido. Giró rápidamente hacia Ace. Los dos hombres que habían estado parados cerca del árbol, ahora estaban tratando de controlar al caballo castrado, pero el disparo lo había asustado. Mientras uno de los hombres daba un salto para agarrar la brida, el caballo sacudió su cabeza, evadiéndose del agarre del hombre. Y entonces, antes de que nadie lo pudiera detener, el animal se escapó directamente hacia la multitud, pisoteando a todos los que se pusieron por en medio.
Gritos. Personas corriendo. En la confusión, nadie pareció ser consciente del hombre que estaba colgando al final de una soga de linchamiento.
Caitlin sólo tenía ojos para él. Ace, meciéndose a la luz de las antorchas, sus piernas largas, poderosamente musculosas, moviéndose en una danza macabra de muerte.
—¡No! —gritó—. ¡Oh, Dios mío, no!
Con lo que parecía una lentitud de pesadilla, esquivó al caballo y apartó a empujones a las personas, desesperada por alcanzar a su marido, sabiendo que cada aliento, cada instante, cada paso, podría hacer que llegara demasiado tarde. Él se estrangulaba. Se estrangulaba delante de sus propios ojos.
Parecía que el tiempo se había detenido, que corría hacia él a través de un gran espacio vacío, con sólo el quejido trabajoso de su respiración rompiendo el terrible silencio. En esos segundos, las escenas del pasado mes relampaguearon delante de sus ojos. Ace, sonriéndole. Ace, entrando en la casa, vestido con ropa nueva, sólo para que el pelo de su gato ya no se notara. Ace, echando atrás la cabeza para ladrar de risa. Ace, haciéndole el amor gentilmente. La había dado tanto. Y ahora su vida se estaba apagando en un soplo.
Era como mirarlo a través de un cristal. Ace en el otro lado, más allá de su alcance. Necesitando su ayuda. Nunca le alcanzaría a tiempo.
—¡No!
Caitlin, finalmente alcanzó el árbol. En un intento frenético de salvar a su marido, abrazó sus piernas y empujó hacia arriba intentando, en la única forma que conocía, quitarle tensión a la soga. Demasiado tarde. Demasiado tarde. Su cuerpo ya se sentía flojo.
—Ayúdenme. ¡Dios querido, ayúdame!
Sus gritos, finalmente, hicieron que la atención de la gente abandonara al caballo y regresara a su marido. Los hombres se arrojaron hacia adelante. Brazos más fuertes que los suyos agarraron el pesado cuerpo de Ace. Alguien dio un salto para cortar la soga. Caitlin cayó hacia atrás, sollozando salvajemente, mientras su marido era suavemente bajado al suelo.
—¡Jesucristo! —gritó Banks—. ¡Petrie, ¿por qué no agarraste mejor el condenado caballo? Lo colgamos. Colgamos al pobre tipo.
Gimiendo con pesar, Caitlin se hincó de rodillas y tomó a su marido en sus brazos. No podía morir. No podía dejarla. No después de obligarla a amarlo. No podía. Sólo no podía.
Meciendo su oscura cabeza en su regazo, agarró su cara entre sus manos. Sus lágrimas se derramaron sobre su piel, brillando como diamantes a la luz de las antorchas.
—¡Ace! Oh, por favor, Dios. Llévame a mí. ¡No a él! ¡Por favor, no a él!
En un intento desesperado por traerlo de vuelta, Caitlin presionó su boca sobre sus labios laxos y exhaló con toda su fuerza, intentando forzar el aliento dentro de unos pulmones que ya no albergaban vida. Le había hecho el regalo de su amor. Y ahora estaba siendo arrancado de su lado. No podría soportarlo. No podía vivir sin él. Si iba a dejarla, quería ir con él. Era tan simple y terrible como eso.
—Caitlin. ¿Señorita Caitlin? —Manos suaves la agarraron de los hombros, intentando separarla de su marido—. Es muy tarde, querida. Tiene que dejarlo ir.
Ella se retorció lejos, feroz en su necesidad, determinada a no darse por vencida. Volviendo a situar los labios sobre Ace, forzó su aliento dentro de él otra vez. Y otra vez. Hasta que su cabeza daba vueltas. Hasta que se sintió débil. Y aun así, él sólo yacía allí, completamente sin vida.
Se ha ido. Las palabras se deslizaron en su mente, cortando en su cerebro como un fragmento de hielo. Se había ido, y la muerte no daba segundas oportunidades. Déjele ir, había dicho alguien. Sólo que no podía.
Finalmente dándose por vencida, Caitlin echó hacia atrás la cabeza y gritó. Grito hasta que sintió como el sonido desgarraba su garganta.
—¡Ace! ¡Ace! ¡No me dejes! Por favor, Dios. Por favor, no te lo lleves. ¡Por favor!
Alguien la agarró con fuerza por los hombros. Caitlin sintió que el cuerpo de Ace era arrastrado lejos de sus brazos. Se había ido. Solo eso. Ido.
Ace sentía como si se ahogara en la oscuridad. Lejos de él, vio un pequeño punto de luz. Quería moverse hacia ella. Pero estaba cansado, tan terriblemente cansado. Una parte de él quería rendirse a la negrura. Para descansar y estar en paz.
Sólo que algo tiró de él para que regresara. No estaba seguro de qué. Entonces la oyó. La voz de Caitlin. Sonaba a muchas millas de distancia. Sus gritos hacían eco y rebotaban contra la oscuridad.
—¡Ace! ¡Ace! No me dejes. ¡Por favor, por favor! ¡No me dejes!
Ace no quería dejarla, pero a veces un hombre no tenía alternativa, la oscuridad parecía estar hundiéndole cada vez más profundo, su agarre sobre él fortaleciéndose. Y sin embargo, no podía dejar de oír la voz de Caitlin.
Enfocó su atención en el punto de luz y, en ese diminuto halo dorado, vio a Caitlin. Ella estaba llorando. Luchando por librarse de los brazos de un hombre. Ace intentó moverse hacia ella. Había jurado que nunca dejaría que nadie la lastimara otra vez. Y ahora un hombre tenía sus sucias manos sobre ella.
Antes de que Ace se diera cuenta de lo que estaba haciendo, estaba tratando de alcanzarla. Luchando contra la sensación de ahogo, intentando empujarse a través de todo, hacia ella. Caitlin. Dios mío, cómo la amaba. No había nada que pudiera tirar de él más fuerte. Nada.
—¡No me dejes! —Oyó sus gritos. Intentó decirle que no lo haría. Que iría con ella. Sólo que la negrura no parecía tener fin. Por más que lo intentara, no podía librarse de ella. Se hundió. Abajo, Abajo. Y luego, nada. Sólo una negrura sofocante que no se despegaba de él.
—¡Mierda, está regresando!
—¡Infiernos, si lo está!
—¡Lo vi moverse, maldita sea!
Las voces estallaron dentro del cerebro de Ace. Simultáneamente, un terrible dolor se clavó en su pecho. Luchó. Luchó desesperadamente por respirar. Algo lo estrangulaba. Puso ambas manos alrededor de su garganta y rodó sobre su costado, tosiendo, jadeando, intentando desesperadamente conseguir oxígeno.
—¡Ace! ¡Oh, Ace!
Justo mientras arrastraba el aliento a sus pulmones, Ace sintió que los brazos de Caitlin lo rodeaban, sintió sus lágrimas en su cara. El aire… Y Caitlin. Él no podía vivir sin alguno de ellos. Parecía correcto, inhalar ese primer aliento y sentir la presión del dulce cuerpo de Caitlin al mismo tiempo.
Ace pestañeó, intentando ver su cara. Mientras la miraba, logró alzar un brazo y ponerlo alrededor de sus hombros temblorosos. Caitlin. Estaba llorando. Quería reconfortarla, pero en ese momento, la necesidad de respirar era demasiado exigente.
Lentamente, pulgada a pulgada, la realidad regresó a él. Las caras de la multitud. La soga que se balanceaba en la rama del árbol, por encima de él. Caitlin, llorando como si su corazón pudiera romperse.
Ace pestañeó otra vez, entonces apretó el brazo alrededor de sus hombros, recordando al hombre que tan rudamente la había sujetado. Ella era suya. Ningún otro hombre iba a tocarla. No mientras él pudiera hacer alguna cosa al respecto.
—Estoy bien —Logró hablar con voz áspera—. Está bien, cariño. No llores. Por favor, no llores.
Besos… besos dulces, por toda su cara. El sabor de ella, como miel calentada por el sol, pareció demorarse en la parte de atrás de su lengua. Sonrió y la atrajo más cerca.
—Está bien, Caitlin. Shhh. No llores.
Ella lo abrazó ferozmente y continuó llorando. Contemplando el nudo corredizo vacío, que se mecía por encima de ellos, Ace se dio cuenta de que había sido colgado. Recordó al caballo escapándose, entonces el terrible dolor. No era extraño que la garganta le doliera como el demonio. Jesús. Casi había muerto. Había muerto. Sólo que Caitlin le había llamado de vuelta.
Disparos. Alguien había disparado un arma de fuego y el caballo se había asustado.
Patrick.
Ace se puso rígido, intentando enderezarse. Beiler le había disparado a Patrick. Él había caído. Oh, Dios. Caitlin había sufrido ya bastante pena en su corta vida, sin tener además que perder a su hermano.
Reuniendo toda su fuerza, Ace la apartó y logró enderezarse. El mundo se convirtió en un borrón inundado de caras y oscilantes antorchas. Pestañeó, se balanceó sobre sus rodillas, respiró profundamente. Patrick. Mientras todo se centraba de nuevo, Ace reunió toda su fuerza de voluntad para aguantar. Tambaleándose lateralmente, movió la cabeza, buscando a su cuñado en el enjambre de personas. Caitlin brincó para agarrar su cintura.
—Ace, no lo hagas. Deberías quedarte inmóvil.
—Patrick —dijo roncamente.
Él sintió su cuerpo tensarse y supo que se había olvidado completamente de su hermano hasta que él había dicho su nombre.
—Oh, Dios querido. ¡Paddy!
Ace medio esperaba que se lanzara hacia la multitud, para encontrar a su hermano. Habría entendido que lo hiciera. En lugar de eso, apretó el paso, tensando su agarre en su cintura y ayudándole a caminar con ella. El grupo de gente que se había reunido alrededor de Patrick y el doctor se separó ante su proximidad. Dándose cuenta de que Caitlin tenía la intención de mantener un brazo alrededor de él, Ace se movió para separarse y le dio un pequeño empujón.
—Anda —dijo suavemente.
Fue todo el ánimo que ella necesitó. Con un grito bajo, se hincó de rodillas al lado de su hermano. Patrick yacía en los brazos del doctor Halloway, su expresión era como la de un gato que acababa de tragarse un canario. A pesar de su palidez calcárea, él se encontró con la mirada de Ace y guiñó el ojo.
—Estoy bien, Caitlin —dijo Patrick temblorosamente—. Después de que la forma en que he actuado, morir sería demasiado fácil para mí. Beiler falló el tiro.
—¿Falló? —Repitió con voz chillona, entonces soltó una risa histérica—. ¿Falló? ¡Oh, gracias a Dios!
Recorrió con sus manos los hombros de su hermano, luego tocó levemente su vendaje manchado de sangre.
—Está sangrando, Paddy. Mucho.
Él sonrió débilmente.
—Lo lograré, Caitlin. Pregúntale al doctor. Él te lo dirá.
Caitlin levantó la mirada hacia el anciano médico.
—La sangre, Doc. Tenemos que llevarle de regreso a la sala de operaciones.
Doc echó un vistazo alrededor, a los hombres que estaban parados cerca.
—Necesito ayuda para llevarle.
Ace ansiaba dar un paso adelante, pero apenas tenía fuerzas para aguantarse a sí mismo. Cuatro hombres se ofrecieron como voluntarios. Caitlin se echó atrás, para quitarse de su camino. Cuando se puso en pie, Ace deslizó un brazo alrededor de su cintura. Podía sentir su estremecimiento, y sabía lo asustada que estaba.
Mientras los hombres se ponían en posición, para levantar a Patrick entre todos, el joven buscó la mirada de Ace otra vez.
—Supongo que decir que lo lamento no valdrá mucho, después de lo que hice, pero considéralo dicho, Keegan.
Ace no pudo evitar sino sonreír abiertamente. Todavía había una pizca de animosidad subyacente en la voz de Patrick.
—No es necesaria ninguna disculpa —contestó Ace, con una voz tan ronca por el nudo corredizo, que sonó como un brusco susurro—. Vamos a considerarlo un desacuerdo entre hermanos y olvidarnos del asunto.
Mientras los hombres cargaban a Patrick, Ace oyó a su cuñado mascullar algo en voz baja, algo sobre que él no estaba emparentado con ningún condenado Keegan. Él negó con la cabeza y bajó la mirada hacia su mujer.
—Va a estar bien, cariño.
Ella volvió los ojos enormes, luminosos hacia él. Esa mirada fue todo lo que Ace necesitaba para restaurar su fuerza. Ella lo necesitaba. Posiblemente, más que nunca.
—Confía en mí —susurró—. Lo conseguirá.
Con un sollozo reprimido, envolvió ambos brazos alrededor de él y enterró su cara contra su pecho. Ace la atrajo cerca. La mantuvo durante un larguísimo momento, intentando volver a reunir su propia fuerza mientras reforzaba la de ella. Cuando finalmente dejó de llorar, susurró,
—Vamos. Esperemos dentro del consultorio del doctor. Tan pronto como acabe de vendar la espalda de tu hermano, estoy seguro de que querrá informarnos de como está.
—¿Qué hay de este hermano?
Ace se volvió para ver a Joseph de pie allí, su sombrero de vaquero calado sobre su cabeza, su pelo rubio, flotando en la brisa nocturna, alrededor de sus hombros.
—Oye, Joseph. ¿Cómo lograste salir?
—Algún alma caritativa acertó a recordar que habíamos sido apresados y sacó la llave del bolsillo de Beiler —Joseph le dirigió una mirada hacia Caitlin, quien todavía se aferraba a Ace, su cara oculta contra su camisa—. Él está muerto, ¿sabes?
—Me lo imaginé —dijo Ace roncamente.
Joseph dio un paso más cerca y puso una mano en el hombro de Caitlin.
—Vamos, pequeña. ¿Por qué estás llorando ahora? La peor parte ha terminado.
Para sorpresa de Ace, Caitlin se dio vuelta y arrojó sus brazos alrededor del cuello de Joseph.
—¡Oh, Joseph! Colgaron a Ace. ¡Pensé que estaba muerto!
Evidentemente, Joseph fue tomado tan por sorpresa tanto como Ace, pues sólo se quedó allí por un momento, estupefacto, sus manos a escasos centímetros de la espalda temblorosa de Caitlin. Obviamente estaba receloso acerca de tocarla. Le dirigió una mirada a Ace. Entonces cerró sus brazos alrededor de su cuñada.
—Pero no está muerto —dijo suavemente.
—¡No sé lo que habría hecho! —gimió.
Joseph sonrió y le dio una palmada.
—Supongo que tendría que casarme contigo. No puedo dejar escapar a alguien como tú. Me gusta tu cocina demasiado.
Caitlin se rio, aunque el sonido sonó húmedo y se atragantó.
—Eres imposible. Tu hermano casi muere, y estás bromeando.
—No estoy bromeando. Él me golpeó para quitarme de en medio y declararse a ti primero.
Ace alzó una ceja.
—Cuando te hayas cansado de abrazar a mi mujer, Joseph, estaré encantado de encargarme.
Joseph se rio ahogadamente.
—Ve a buscar un poste en que apoyarte. Me quedaré un rato.
David y Esa se adelantaron justo entonces.
—¿Cómo está Patrick?
—Acabo de sugerir que podríamos ir a ver —dijo Ace.
Caitlin se apartó de Joseph, se limpió las mejillas, entonces cayó en los brazos de David para llorar algo más. La camisa de Esa consiguió también un buen remojón. Para cuando Ace recuperó a su mujer, se estaba comenzando a sentir un poco mareado. Decidido a no cambiarla por uno de sus hermanos, apretó un brazo alrededor de su cintura mientras los cinco caminaban hacia el consultorio del doctor.
El pronóstico del doctor era bueno.
—Patrick no se abrió la herida —Les aseguró—. No perdió mucha sangre por moverse, lo cual es un milagro. Dado que su fiebre ha bajado rápidamente, diría que está en vías de recuperación.
—¿Podemos verlo? —preguntó Caitlin.
—Seguro, puedes hacerlo. Todavía está despierto. Pero no se queden mucho rato. No quiero agotarlo. Tuvo una noche dura, de todos modos.
Ace se movió para seguir a su mujer hacia el quirófano sin percatarse, hasta que alcanzaron la puerta, de que todos sus hermanos habían venido detrás.
—¿Qué es esto, un convoy? ¿Quién os invitó provincianos?
—Nadie —respondió Joseph—. No necesitamos una invitación. Él es parte de la familia.
La mirada agradecida en los ojos de Caitlin evitó que Ace dijera algo más. Cuando los cinco entraron en la habitación a la vez, Patrick, evidentemente, no se contuvo tanto.
—Santa Madre de Dios, ¿ha venido toda la maldita manada? Se supone que estoy descansando. Con vosotros aquí dentro, me dará miedo cerrar los ojos.
—Se simpático, Patrick —Caitlin fue a sentarse sobre el borde de su catre. Después de contemplar a su hermano un momento, le dirigió a Ace una sonrisa radiante, con sólo un poco de humedad alrededor de los ojos—. Se ve mejor. ¿No creéis?
—Claro que sí.
Joseph arrastró la suela de la bota por el suelo, entonces planto sus manos en sus caderas.
—Bueno, O'Shannessy, odio tener que decirlo, pero lo que hiciste allí afuera esta noche se ganó mi respeto.
—¿Quién dice que lo quiero?
—¡Patrick! —Lo regañó Caitlin—. Te dije que fueses agradable. Joseph es parte de mi familia ahora, igual que tú. Algún día no muy lejano, cuando comience a tener bebés, serán tíos juntos.
Patrick se encontró con la mirada de Ace por encima la cabeza rojiza de su hermana.
—Vais a tener niños, y todos serán medio O'Shannessy. Pelirrojos, probablemente. Y considera que la vida es larga. Mejor te lo piensas dos veces.
Ace se rio a pesar de sí mismo.
—Los O'Shannessy son como las verrugas. Arraigan en ti —Ante la mirada de reproche de Caitlin, agregó rápidamente—. Sólo bromeo Caitlin. Una buena medida de la sangre O'Shannessy revuelta con la de Keegan sería una gran mezcla. Como ya te dije una vez, si me das una media docena de bebés pelirrojos, seré un hombre feliz.
Patrick sonrió ligeramente y tomó la mano de su hermana.
—Bueno, supongo que si vas a tener bebes por encima de todo, tendré que enterrar la espada.
—Profundamente —dijo Caitlin—. No más disputas.
—No más disputas —Patrick estuvo de acuerdo. Su sonrisa se ensanchó—. Rompí todas las jarras de whisky. Lo juró. Lo digo en serio esta vez.
Caitlin se inclinó para darle un abrazo.
—Oh, Patrick, espero que lo hagas.
—Lo haré.
Joseph dio un paso hacia la cama y extendió su mano.
—No quiero cansarte, Patrick, así que me iré. Primero, sin embargo, me gustaría darte las gracias por lo que hiciste allí afuera esta noche. Salvaste la vida de mi hermano. No lo olvidaré.
Patrick clavó los ojos en la palma extendida de Joseph por un largo momento. Entonces finalmente extendió la suya. Los dos hombres estrecharon las manos y se vieron muertos en los ojos del otro. Cuando Joseph se retiró, David y Esa dieron un paso adelante para hacer lo propio. Patrick comenzaba a verse pálido para cuando todo terminó.
—Fuera de aquí —dijo Ace a sus hermanos—. Iros todos. Nosotros también saldremos de inmediato.
Cuando sus hermanos habían salido del cuarto, Ace fue a pararse al lado de su mujer, una mano descansando ligeramente sobre su hombro. Contempló a Patrick por varios segundos en solemne reflexión. Patrick alzó una ceja.
—Me parezco mucho a mi padre, ¿verdad? ¿Vas a guardarme rencor?
Ace medito la pregunta con cuidado. Cuando al fin contestó, lo hizo desde el corazón.
—No, Patrick, no creo que lo haga.
Algunos minutos más tarde, cuando Ace y Caitlin salieron del consultorio del doctor, al frío aire nocturno, ella le dirigió una mirada inquisitiva.
—Lo dijiste en serio, ¿verdad? En alguna parte del camino, has hecho las paces con mi padre y todo lo que hizo.
Ace la atrajo en el círculo de sus brazos y contempló los picos escarpados de las Rocosas, iluminadas por la luz de la luna a lo lejos. Durante mucho tiempo, había estado consumido por el odio y la cólera. Ahora todo eso se había ido. Se sintió condenadamente bien. Se inclinó para presionar un beso en la frente de Caitlin y luego, miró profundamente en sus ojos.
—Tu padre te dio la vida —dijo con voz ronca—. Y tú eres, sin lugar a dudas, la cosa más dulce que alguna vez me ha ocurrido. ¿Cómo no podría hacer las paces con él?
Las lágrimas llenaban sus ojos. Entonces se puso de puntillas para abrazar su cuello.
—Solía preguntarme si me sentiría alguna vez libre de él, si alguna vez dejaría de sobresaltarme , pensando que él estaba de pie, justo detrás de mí —Sus brazos se apretaron en un agarre feroz—. Una nube de miedo suspendida sobre mí, eso era mi padre —Se quedó callada por un momento—. Y ahora, el sol finalmente ha salido y la nube se fue. No puedo recordar la última vez que olvidé que estaba muerto y me sentí aterrorizada. Creo que es porque, desde que me case contigo, me siento verdaderamente segura, por primera vez toda mi vida.
—Ah, Caitlin…
—Es en serio —susurró—. Ya no me siento asustada. No creo que alguna vez lo esté otra vez. Él ya no tiene poder sobre mí.
Ella no era la única que se sentía como si por fin fuese libre.
Mientras Ace cerraba los brazos alrededor de ella, una sensación de plenitud lo asaltó. La hija de Conor O'Shannessy… El regalo más precioso que alguna vez había recibido. Enterró su cara contra su pelo e inhaló su dulce perfume, recordando cómo había venido aquí, ansioso de obtener venganza.
Mantener a esta chica en sus brazos, definitivamente, decidió el marcador.